Entre los anti y los ismos

por Néstor Toro-Hinostroza

Estamos pasando, quizás, uno de los episodios electorales más significativos de nuestra historia reciente. Ecuador se apresta a votar en una segunda vuelta donde el correísmo, con su candidata Luisa González, se enfrenta al aparentemente neutral Daniel Noboa, pues ha demostrado ser uno más de los insertados en el espectro anticorreísta, tanto por sus dichos como por sus compañías.

De los dos finalistas puede hacerse un perfil bastante breve. Ambos son exasambleístas de la Asamblea Nacional disuelta por Guillermo Lasso. Ambos eran prácticamente desconocidos en el plano político, más allá de su paso por la legislatura. Ambos cuentan con credenciales académicas nada cuestionables. Ambos gozan de experiencia, ella en lo público, él en lo privado. Hasta ahí parecería que nada malo podría salir de ninguno de los dos candidatos, sin embargo, el momento histórico obliga a analizar qué es lo que representa cada uno y qué es, o quién(es), están detrás de ellos.

Así, sobre Luisa González podemos apreciar no solo pertenencia, sino lealtad al proyecto político de la Revolución Ciudadana, lo cual de suyo le garantiza un voto duro debido a la estructura partidista que ha mantenido el correísmo y la representación de la continuidad de un modelo social y económico donde la presencia del Estado es dominante en función del ser humano; pero, respecto del otro finalista, lo que podemos observar es su procedencia de una de las familias más acaudaladas del Ecuador, la familia Noboa, es decir, a Daniel Noboa no le precede la política propiamente, sino un conglomerado empresarial que ha sabido sobrevivir a los vientos de la política de cada gobierno antes, durante y después de las derrotas electorales de su padre, Álvaro Noboa Pontón.

Por ello, podríamos afirmar que Luisa González tiene una ventaja desde términos de estructura política, pues evidentemente Daniel Noboa no goza ni siquiera de una organización política propia. Sin embargo, la política no es una cuestión matemática donde uno más uno siempre será dos, más aún en un país tan cambiante y con complejo de balsa como el Ecuador, donde cada vez que parece hundirse, flota.

En un Ecuador donde la división poblacional prácticamente se mide en función de correístas y anticorreístas, existe un espectro poblacional que está en la mitad, aquellos que sin ser correístas votan a favor del candidato de la Revolución Ciudadana y aquellos que sin ser anticorreístas votan por la opción contraria a la Revolución Ciudadana. Un espectro que decide en función de lo que ve, de lo que percibe, del análisis autonómico del candidato que está en balotaje. Un espectro cuyos votantes no merecen ser estigmatizados o etiquetados, sino más bien entendidos y comprendidos. Inclusive si de revisar sondeos bastara, veremos cómo el espectro que no es «anti-» ni del «-ismo» oscila entre el 35 y 40 % de la población.

De ningún lado de los finalistas, las campañas pueden abordar a estos votantes bajo una suerte de imposición, menos aún pensar que el tiempo de campaña de segunda vuelta es uno de pedagogía al votante; todo lo contrario, es un tiempo ‒por corto o largo que sea‒ para que los finalistas aprendan del votante que no les favoreció con su voto y así, asimilen y comprendan que sus agendas de propuestas deben flexibilizarse sin necesariamente perder la esencia de su proyecto político, mucho menos caer en el ridículo.

En estos tiempos de sociedad líquida, los políticos deben entender que los votantes serán cada vez menos fieles, si ellos no cumplen con sus legítimas expectativas; así como también, deben entender que la población joven del país ‒en sostenido crecimiento‒ no responde al clivaje antes mencionado, sino que se identifican con aquel que se acerca más a su proyecto de vida, a su grado aspiracional. No es que los jóvenes no discuten de política, en realidad son los más políticos, pero su forma de traducir la política se da en función de cuán cercano es a la realidad personal de ese votante, el proyecto político ofrecido y de cómo entonces podría la sociedad verse beneficiada.

No queda más, entonces, que los políticos, tanto los que son del «anti-» como los que son del «-ismo» entiendan que la política, el Ecuador, no empieza ni termina en ellos. Entre los «anti-» y los «-ismos» hay un gris mucho más grande que ellos que el 15 de octubre de 2023 tendrá que decantarse por alguna de las dos opciones, pero no necesariamente eso signifique identificación o pertenencia. Más adelante ese gran gris, frente a ya desgastados y envejecidos polos, tal vez y también entren a gobernar.

Como cantó Fito Páez:

«En tiempos donde nadie escucha a nadie,

en tiempos donde todos contra todos,

en tiempos egoístas y mezquinos, (…)

habrá que declararse incompetente (…)

habrá que declararse un inocente

o habrá que ser abyecto y desalmado.

Yo ya no pertenezco a ningún ismo (…)

el tiempo a mí me puso en otro lado».


Néstor Toro-Hinostroza 

Columnista


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