¿Por qué vamos a las urnas?

por Andrés Reliche

Quedan escasos días para asistir a las urnas a unas elecciones totalmente imprevistas, unos comicios anticipados en los que se juega el futuro inmediato del país (hoy más que nunca esta no es una frase cliché). 

Y es que los ecuatorianos nos hemos visto abocados a optar por una salida menos traumática a la grave crisis de gobernabilidad que nos hereda Guillermo Lasso un ¿político? Que por más de una década se disfrazó de demócrata y sedujo a los incautos que le confiaron su voto en 2021.

Ya en este punto el propietario del Banco de Guayaquil es un presidente en estado vegetativo, si bien detenta el poder, la parafernalia estatal, la banda presidencial y otros ornamentos, es como si no estuviera. Es un cadáver ambulante (por no decir un año viejo mal armado, citando a Jaime Nebot, quien con su partido PSC lo llevó al sillón de Carondelet).

Algunos analistas coinciden en calificar a estas elecciones anticipadas como un proceso apático, fofo, aburrido. Tal vez tienen razón porque mientras los candidatos recurren al manual de campaña: abrazar niños, hacer piezas comunicacionales con estilo cinematográfico, tiktoks ridículos, en realidad los ciudadanos están preocupados es en cómo sobrevivir.

Según cifras extraoficiales, existen unas 800 mil solicitudes de pasaportes. Los que pueden se están yendo del país porque aquí literalmente no se puede vivir. Esto implica el mismo fenómeno social que originó la crisis financiera de 1999: éxodo de ecuatorianos, familias rotas, jóvenes que quedan a la buena de Dios sin sus padres.

Solo en lo que va del año 2023, más de 25 mil ecuatorianos han cruzado la infernal selva del Darien (frontera entre Colombia y Panamá), buscando un mejor futuro en Estados Unidos. Muchos no han vivido para contarlo, se han quedado inertes a medio camino.

En Ecuador el horror invade cotidianamente todos los espacios: la vida humana no vale nada. Las muertes violentas se suman por miles. No se diga de la violencia en las cárceles en las cuales el gobierno no tiene ningún control.   

Los secuestros extorsivos se dan a cualquier hora del día, en cualquier parte. Nadie escapa de la violencia. El pesimismo estructural ha sentado sus bases. La gente no cree en las instituciones. A tal punto que están dispuestos a dar un salto al vacío. Valores como la democracia, las libertades, los derechos humanos no tienen sentido si se trata de privilegiar la seguridad por encima de ellos.

En este escenario acudiremos a las urnas el domingo 20 de agosto. El voto es secreto, pero habrá señales.

En una elección pesan varios factores, entre ellos: los valores y las creencias personales, los intereses personales, la influencia de otros, la información disponible.

¿Con qué motivación se enfrentará el votante a la papeleta electoral? Por el ritual asistir a las urnas porque el voto es obligatorio y -mal que bien- se necesita el dichoso certificado de votación. ¿Con qué votaremos: con el corazón, el estómago, ¿la cabeza? ¿Qué factor incidirá en el resultado de la elección: el miedo, el odio, la ira, el resentimiento, la indignación, la impotencia, la revancha, la nostalgia, la esperanza?

¿Pesará la racionalidad en un país polarizado o la balanza la inclinará la emocionalidad? Son más preguntas que certezas las que están en juego en esta inusual elección. En medio está la gente mismo, literalmente sus vidas, su futuro y el de sus familias. El de todos.

El voto es secreto. A esta hora la decisión está en la conciencia y en las motivaciones de cada persona. Es importante que cada quien haga un acto de reflexión sobre la repercusión que nuestra decisión implicará para el futuro inmediato de nuestro país. Dios nos de la sabiduría para hacer la mejor elección.


Andrés Reliche 

Columnista

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